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Sin Trujillo, pero con una falsa democracia

Raúl Pérez Peña (Bacho) columnapancarta@yahoo.com
Conmemorar el 50 aniversario de la merecida muerte de Trujillo puede compararse con las múltiples acepciones que tiene una palabra rica en significados.
Hay quienes se alocan y celebran empinando el codo. Otros apelan al disfrute de un buen chivo, con o sin orégano. Unos terceros convocan eventos de amplia cobertura mediática que apuntan a sumar bonos al latrocinio convertido en entidades.
Felipe Lora, por su parte, propone un juicio póstumo a Trujillo en la Corte de la Haya, donde se “deberá presentar un expediente con documentos que permitan acusar al tirano de complicidad en genocidio, genocidio, deportación, asesinato y de persecuciones por motivos políticos, raciales o religiosos”.
La sugerencia de Felipe Lora entraña acusar póstumamente a Trujillo de “de actos inhumanos, traslado forzoso, encarcelamiento y tortura; de homicidio intencional y confinamiento ilegal; de causar deliberadamente grandes sufrimientos a la población, de deportación o el traslado ilegal de sus opositores o de tratar de exterminar grupos étnicos minoritarios”.
Como la citada, se justifica toda acción orientada cimentar, mínimo en la memoria colectiva, que el tirano pase a la posteridad con su real imagen de barbarie.
Pero no basta. Buena parte de los esfuerzos por el derrocamiento de la tiranía fueron proyectos inspirados en programas, ideales y aspiraciones de cambios sustanciales en la sociedad dominicana.
A la muerte de Trujillo en 1961 y la pesadilla de sus remanentes, siguió el golpe de Estado de 1963, el balaguerato de 12 años, hasta llegar al medio siglo bajo el despojo o mediatización de derechos fundamentales de la ciudadanía.
Entonces, quedaron truncados aquellos proyectos patrióticos empeñados en cambiar el rumbo y edificar en República Dominicana un régimen de respeto a la dignidad humana, soberano y de profundas reivindicaciones sociales.  
Lo que existe es, pues, una falsa democracia. O el secuestro de las aspiraciones democráticas.
En esas condiciones, queda en la inmediatez la celebración con regocijo del ajusticiamiento de Trujillo. Si la insatisfacción social se le deja al tiempo sería peor. Habría que imaginarse llegar al siglo arrastrando el signo de un presente tipificado por la dependencia al poder injerencista extranjero, el arrebato de nuestras riquezas naturales, la involución promovida de valores morales y culturales, y el etcétera kilométrico de la democracia dominicana.

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