Rosario Espinal
Podrá parecer desconsiderado, inadecuado y hasta aberrante que plantee este tema después de tantos haitianos muertos por el terremoto y el cólera en el último año. Pero lo hago, precisamente, porque la cantidad de muertos tiene relación con las condiciones de vida, y las condiciones de vida, a su vez, se relacionan con el tamaño de la población y los niveles de desigualdad existentes en una sociedad.
Muchas criaturas nacen y se crían con adultos que tienen un claro sentido de sus posibilidades y responsabilidades. Pero también sucede que muchos embarazos son producto de relaciones casuales, o se producen a temprana edad, o quienes procrean no tienen recursos para ofrecer a sus hijos condiciones de vida adecuadas.
Los problemas se agudizan en países con bajo nivel educativo, mala atención médica, y escasa asistencia pública a los más pobres. También empeora la situación las barreras para la educación sexual y reproductiva que emanan de religiones tradicionalistas.
Todos esos factores impactan en el crecimiento poblacional de República Dominicana y Haití, y en Haití la situación es mucho peor.
Hay que tomar conciencia de que la población de ambos países es alrededor de 20 millones; más que en Cuba que tiene más territorio, mayor nivel educativo y mejor atención médica.
Datos de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) indican que la tasa promedio de crecimiento poblacional estimada para América Latina en el 2005-2010 es 13.7 por mil personas, pero en República Dominicana es 14.7 y en Haití 17.8. Es decir, a pesar de tener poco territorio, los dominicanos y los haitianos se reproducen a un ritmo mayor que la región latinoamericana en general.
Según datos de las Naciones Unidas, la densidad poblacional promedio de América Latina en 2005 era 27 habitantes por kilómetro cuadrado, mientras en República Dominicana era 195 y en Haití 335. Dicho de manera simple, en República Dominicana hay mucha gente para el tamaño del territorio y en Haití hay mucho más.
Ignorar estas cifras y sus consecuencias sociales constituye una gran irresponsabilidad de los gobiernos y la población adulta dominicana y haitiana.
A diferencia de las décadas de 1960 y 1970, cuando existían programas específicos para reducir el crecimiento poblacional, en años recientes ha predominado el desinterés por los programas de control de la natalidad, y se ha dejado a la voluntad individual la decisión de procrear.
En sociedades donde la población tiene mayor nivel educativo, el control de la natalidad se produce de manera voluntaria, no así en países con bajo nivel educativo como República Dominicana y Haití.
La razón es sencilla. A mayor escolaridad, mayor comprensión del costo económico y emocional de criar hijos, y mayor acceso a los servicios de salud incluidos los métodos anticonceptivos.
Cuando la población tiene bajo nivel educativo, la tasa de natalidad se mantiene relativamente alta, en un contexto socio-económico de limitadas ofertas de empleo y escasa movilidad social.
Para enfrentar el problema se requiere educación sexual masiva a través del sistema educativo y los medios de comunicación, de manera que la población, sobre todo joven, adquiera conciencia del impacto negativo para la salud y el bienestar social de los embarazos múltiples o a temprana edad.
El Estado debe también ofrecer amplios servicios de salud enfocados en la prevención de embarazos, porque es muy difícil que la abstinencia voluntaria, por la que abogan distintas religiones, funcione como método efectivo de control de la natalidad.
Si República Dominicana y Haití no reducen drásticamente el crecimiento poblacional, será muy difícil mejorar las condiciones de vida, aún con crecimiento económico, porque ya hay mucha gente y mucha desigualdad acumulada.
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