Si algo es real es que todo ser humano ha pasado por un momento donde necesita llorar. Llorar científicamente es: “Un fenómeno secreto, un motor complejo caracterizado por derramar lágrimas del aparato lagrimal, sin provocar ninguna irritación de las estructuras oculares”, pero en la vida diaria es algo un poco más complejo.
Llorar es expresar mediante lagrimas lo que nuestro corazón siente, la alegría o la tristeza que abrigamos en un momento o circunstancia determinado, es derramar nuestros sentimientos, aquellos que no podemos observar, oler ni palpar pero que sentimos con una gran intensidad.
Llorar es limpiar el alma con gotas de agua, con agua que sana, sana porque es capaz de sacar todo lo que llevamos, lo que llevamos por dentro, lo que nos hace ser seres, seres tan humanos, seres imperfectos.
Para muchos, llorar es sinónimo de debilidad, de ser inferior, de flaquear, de ser menos “hombre”, de perder autoridad, y es antónimo de fuerza, de estabilidad, de seguridad propia, de valentía y de actitud emprendedora.
Pero Dios no hace nada al azar y si hizo el llanto algún motivo tuvo. Las lágrimas existen porque existe la hipocresía, la traición, la libertad, los recuerdos, la muerte, la nostalgia, la impotencia, el dolor, la amistad, la esperanza y el amor.
Las lágrimas también están para cuando no se quiera hablar de esas cosas que suceden y que por orgullo las personas no se atreven a contar; las lágrimas delatan ante una persona que te quiere ayudar, ante ese ser querido que sabe que algo anda mal. ¿Por qué llorar? ¿Por qué tenemos que llorar? Y muchos responderán que se llora por la misma necesidad que se tiene de cantar, de hacer poemas, de pintar, de actuar y dibujar. Porque llorar es solo una forma más sincera y visible expresarnos.
Por: Saiury Calcaño Rodríguez
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